sábado, 29 de enero de 2011

No pretendo

Considero que la siguiente canción es la más representativa de lo que significan los vínculos sanos y verdaderos. Y con ellos, me refiero a las relaciones que se dan sin esperar una reciprocidad y que son evidenciados a través de gestos muy sutilmente "traspasadores" del alma y el corazón. Por la forma rica de todos y cada uno de los versos, me dispondré a desmenuzarlos por separado, para evitar perder lo fructífero de ellos.

No pretendo ser la gota / que derrama tu silencio / Ni pretendo la nota que / se escapa en tu lamento / No pretendo ser la huella / que se deja en tu camino / ni pretendo ser aquella / que se cruza en tu destino

Discriminando el 'dar sin esperar' del 'altruísmo', el cual ya no existe en la Sociedad Moderna (y cuya existencia, en algún momento de la historia de la Humanidad, aún pongo en tela de juicio), uno de los sentimientos que mejor se sienten y hacen sentir completud al hombre, es la capacidad de brindarse al otro sin estar esperando ALGO a cambio (no sólo a nivel material, sino también en cuanto a la retribución psico-moral). Después de todo, uno SIEMPRE termina recibiendo lo que da y, como bien cita el dicho popular "todo vuelve". La vida conlleva consigo un efecto búmeran y en el instante en que nos disponemos a dar amor sin el afán obsesivo de recibir el MISMO calibre de amor / cariño, estamos permitiendo que los otros se sientan propiciados para darnos lo que pueden darnos y no lo que esperamos (se me viene a la mente la frase que una vez leí: "que alguien no te ame como vos querés, no significa que no te ame con todo su ser"). Dejar de pretender ser el centro del universo del otro, pidiendo ser el todo del otro -las alegrías todas, los dolores todos, las gotas, dice Gloria Estefan, que derrama en sus silencios y quizás todo lo que el otro respira- nos pone en constante lugar de dejar ser al otro del modo en que es. Eso implica que aceptamos al de al lado tal y como es y que dejamos que sea tan libre como todos queremos y merecemos ser.

(...) Sólo quiero descubrirme / tras la luz de tu sonrisa / ser el bálsamo que alivia / tus tristezas en la vida / sólo quiero ser la calma / que se escurre en tu desvelo / ser el sueño en que descansa / la razón de tus anhelos /

Y sin embargo, las relaciones son tan complejas que es difícil tener el presentimiento de cuándo ES efectivamente necesario ser ALGO significativo para el otro. Lo que sucede, es que, cuando existe un cariño verdadero entre dos seres humanos, lo lindo es poder compartir tanto los malos como los buenos momentos. Querer bien, implica ser feliz por el otro y poder decir "acá estoy" cuando realmente nos necesita. Dejar al objeto amado, ser amado y disfrutado también por otros. Porque, después de todo, eso no implica que nos dejará de lado de su vida. "Uno amarra lo que no puede conservar", citó un conocido y es algo que explica los vínculos patológicos. Dejar que el otro vuele, teniendo la seguridad en uno mismo, quiere decir que sabemos que el otro, si de verdad nos ama, no va a dejarnos. Y ¿por qué el otro habría de amarnos? Porque no pretendemos ser el TODO de él y lo aceptamos como es en realidad. Por eso:

(...) Simplemente es el amor / cuando ha roto sus cadenas / para darte el corazón / no pretendo ser tu dueña / No pretendo ser la llama / donde enciendes tus pasiones / ni pretendo ser la espada / que atraviese tus errores / No pretendo ser el aire / que respiras en la noche / ni pretendo ser la carne / que destila tus derroches / sólo quiero ser la mano / que se tiende en el quebranto / ser un poco ese remanso / donde muere el desengaño / sólo quiero ser la estrella / que se engarza en tu mirada / la caricia que se entrega / sin razón y sin palabras / simplemente es el amor / que ha encontrado su camino / para darte una ilusión / no pretendo hacerte mío.

Amar significa dejar que las cosas transiten, sin pretensiones ni estructuras, su cauce. El hecho de empecinarnos en escuchar del otro qué es exactamente lo que siente por uno, es una forma de acorralarlo. Lo cierto es que vivimos en una sociedad en la que las palabras suelen ser esclavizadoras y hasta modos de predeterminar muchos actos a posteriori. Y, sin embargo, paradójicamente, todos sabemos bien que a las palabras se las lleva el viento tan rápido como pudo haberlas traído. Lo que importa es hacerle SENTIR al otro (por transmisión de Sentimiento) que estamos ahí porque lo amamos y porque elegimos estar a su lado, porque lo aceptamos, razón por la cual, dejamos que sea libre de actuar y decir lo que ciertamente siente hacia nosotros. Y decir no implica la actividad del aparato fonador, sino también los gestos, las caricias, las miradas y las sonrisas.

martes, 25 de enero de 2011

Right in front of you / Justo en frente de vos

La vida, puede torcer tu corazón / Ponerte en la oscuridad / Yo tenía frío y estaba sola /
La duda, te puede encerrar / construir paredes a tu alrededor / si dejas que te controle el miedo / Cuando lo dejé ir / no sabía dónde estaría la respuesta / Justo en frente de ti / Justo en frente de mí / Estábamos buscando pero de alguna manera no podíamos ver / que el amor siempre estuvo ahí / Ha estado a nuestro alrededor / debía caerme para ver que estabas en frente de mí /
La fe, te puede levantar / y tuvimos suficiente / como para llegar a un nuevo comienzo /
El amor, es capaz de soportar tormentas / y en la hora final / Vamos a encontrar la alegría de vivir / No lo dejes ir / Porque yo sé que / Muy pronto lo podrás ver / (...) Tú eres mi mañana / hay seguridad en tus brazos / Cuando vos vayas yo te voy a seguir / Porque tú eres del mundo a donde pertenezco / (...) Finalmente veo ... sí / que tenía que caer para ver por fin / que estabas justo en frente de mí

Celine Dion es una estupenda transmisora de sentimientos a través de los matices de su voz. En esta canción no hace una menor performance y junto con la letra, nos hace reflexionar en algo muy común que suele acaecernos en nuestras vidas: perder de vista lo que tenemos ante nuestros ojos. Es moneda corriente que los avatares de la vida, los dolores, las angustias y hasta las mismas alegrías, nos hagan difícil ver qué tenemos adelante nuestro. Las simplezas suelen pasar desapercibidas hasta que, sin darnos cuenta, nos topamos con ellas en el instante menos esperado. Aunque también es cierto que sólo las personas sensibles, capaces de captar la nitidez difusa de lo simple, son las beneficiadas. Quiero decir: siempre que vivamos sin detenernos un minuto para contemplar las nimiedades grandilocuentes que nos rodean y hacen de nuestra existencia un lugar y momento mejor, dejaremos de disfrutar de lo simple porque la vorágine nos estaría comiendo. Si, en cambio, ponemos nuestra fe junto a la creencia en el amor como formas de cambio positivo y evolutivo de nuestra superación personal, encontraremos por seguro un nuevo comienzo y la alegría de vivir. Sin embargo ¡qué duro se nos hace apreciar las pequeñas cosas! Y esa ardua tarea se genera porque, cual seres humanos enajenados, tenemos el preconcepto de que lo complicado conlleva un mayor entendimiento (o al menos, más profundo) de las cosas. Y es cuando perdemos la cabeza, tratando de comprender silogismos, sin entender que la clave de la comprensión está en lo más básico y que es eso lo que nos termina haciendo seres felices. Pero por motivos que parecemos desconocer (la ceguera que en varias ocasiones padecemos adrede), llegan momentos en los que la vida nos pone a prueba y hasta nos hace tropezar (a veces de forma tan estrepitosa, que llegamos a caer) para que tomemos conciencia de que lo simple conlleva una grandiosa esencia de felicidad para el hombre.

Por otra parte, cuanto más nos empecinamos en ver más allá de las cosas, cuanto más énfasis ponemos en leer entre líneas lo que ha de ser leído desde la linealidad y no desde las circunvoluciones de la remota óptica metafísica, claro está que más nos alejamos de la naturaleza del mensaje que intenta ser directo y simple. Tendemos a pensar que lo más complicado, es lo que posee la verdad y conserva la entereza de lo esencial. Y, lastimosamente, se nos hace imprescindible detenernos (gracias a los golpes de la vida) para poder concluir que estamos equivocados.
Así, entonces, es como, si hacemos bien las tareas que la vida nos da y las entregamos en el plazo fijado con antelación, al final vamos a haber logrado llegar al núcleo de la simpleza que es el que alberga la pura felicidad humana: la plenitud de sentirse completamente incompletos.

domingo, 23 de enero de 2011

Bittersweet / Agridulce

"Merezco la luz y deseo la oscuridad (...) A pesar de mi mente, mi cuerpo es curioso, así que ¿no me mostrarás todo lo que hay por ver? / Sé que no debo ir, pero algo me hace perseguir el fuego; tu amor es agridulce"

Creo que muchas veces perdemos los objetivos que representan en nosotros el propio bienestar y aunque sepamos que estamos haciendo las cosas de modo erróneo, las continuamos haciendo. Las razones pueden ser varias: *oposición (consciente o no) al legado que pensamos que nos dejaron nuestros padres, *necesidad de venganza (por habernos equivocado antes, hacemos extensivo el error y lo que provocó nuestra angustia pasa a ser el calvario del otro, no importa si éste se lo merece o no), *querer arriesgarnos tanto física como psíquicamente (al pensar que eso que haremos nos dará aprendizaje, pero sobre todo, adrenalina), *intentos de autoboicot (algo que sucede cuando no podemos soportar ser personas de perfecta imperfección y al tirar abajo todo lo que fuimos construyendo, surge un sentimiento de culpabilidad que, de modo muy loco, hace que reafirme un preconcepto interno que sostiene que no nacimos para ser felices e incompletos y por tanto la perfección será únicamente patrimonio del dolor de no ser).
Seguro debe haber otras tantas razones que estoy no enumerando, pero definitivamente esas 4 son las más trascendentales y comunes que he podido evidenciar en este último tiempo. Suele ser moneda corriente, paradójicamente, el ver a personas que se empeñan en hacer las cosas mal, en desear la oscuridad a pesar de que se merecen la luz, o en realizar cosas que hasta la misma mente (cuando no lo hace la dignidad) se encarga de implorar que se detengan porque todo está al borde del abismo. Y sin embargo, hay algo en esa gente que parece funcionar al revés de cómo debería funcionar para que no se coarten el bienestar (ya ni que hablar de la felicidad). Porque está la creencia superficial de que una vez superado el malestar que provocará atravesar una situación difícil, ya se está inmune a todo. Lo cual no es así en lo más mínimo: cada situación es irrepetible y por ende extrapolar desde una única vivencia todo el resto, es caer en un reduccionismo personal. Claro que la sumatoria de situaciones que nos provocan dolor, nos hacen crecer y nos hacen más fuertes, pero no por eso vamos a estar tratando de perseguir el fuego en pos de aprender a que duela menos la próxima vez. Después de todo, no sabemos si habrá una situación tan penosa o lastimosa en un futuro como para flagelarse a priori en vano. Y si llegara a haberla en un momento, ¿para qué adelantarnos, sufrir antes de tiempo y terminar sufriendo por dos? Si estamos seguros de que hay fuego, mejor será escuchar a nuestra mente que nos alerta para alejarnos y no quemarnos (aunque no sea ésta la respuesta primera del cuerpo) y seamos capaces de evitar un dolor profundo por algo que quizás nunca vaya a suceder.

miércoles, 19 de enero de 2011

Ring my bell / Toca mi timbre

"Mi papi decía; mi mami decía; mi hermana dice; mi mente dice: 'perdé tu actitud', 'dí que lo sientes', 'considera que te trajo algo', 'y luego puedes... mostrar algo de gratitud', 'tengo algo lindo por decirte', 'y aprecio lo que haces por mí'".
Una de las cosas que más llamaron mi atención al leer la letra de esta canción de Madonna fue justamente la cantidad de mandatos que cada uno de nosotros recibe del entorno ad hoc, esto es: porque sí. Muchas veces estamos tan inmersos en la cotidianeidad de la rutina que tendemos a hacer las cosas en piloto automático y acatamos órdenes sin siquiera detenernos a pensar si lo que estamos ejecutando nos está jugando en contra, en tanto no somos nosotros quienes tenemos la total lucidez como para elegir hacer eso que estamos haciendo.
No es sólo cuestión de camuflar lo que nos sucede cuando cumplimos al pie de la letra lo que el de al lado nos indica, sino que hay que saber y poder determinar que es un mecanismo de defensa intrincado por medio del cual lo que estamos realmente buscando es la aceptación del otro (aún cuando es, la mayoría de las veces, un mecanismo inconsciente).
Sin embargo, no por el hecho de que sea algo que está por debajo de nuestra conciencia es que podemos justificar nuestros actos. Porque, si eso es lo que hacemos, nos estamos escudando ante todos los posibles problemas que deberíamos enfrentar / superar y no hacemos: "total, son algo inmanejable para mí!". Y no es así. A decir verdad, sólo toma un poco de práctica (que con el tiempo se hace inherente al individuo) que consiste en ir, lentamente, pensar a priori de cualquier acto -verbal o gestual-, si lo que estamos por realizar, viene de un mandato externo o interno. Por supuesto que puede pasarnos que estamos ideológicamente de acuerdo con el mandato externo, pero no siempre eso ha de acaecer. Y cuando ambos mandatos son contradictorios entre sí, hay que concentrarse en tocar el timbre personal y preguntarle al ama de llaves que nos recibe (esto es: a nuestra verdadera y fiel voluntad) qué es lo que prefiere.
Quien en ese momento nos reciba, abriendo la puerta fantástica / imaginaria (pero no por eso menos real, porque, en el fondo, responde a nuestras verdaderas voluntades), será la parte nuestra que nos evidencie a cuáles principios debemos hacer caso y a qué indicativos debemos omitir por no estar en la misma frecuencia que nuestras preferencias.
Para finalizar voy a citar la primera frase de la canción que la misma Madonna enuncia:
"Si querés hablarme, eso es exactamente lo que tendrás que hacer: hablarme".
Y eso lo dice el ama de llaves que nos recibe que, en última instancia es la encarnación de nuestro verdadero Yo deseante. Y para hablarle al recepcionista de dicha puerta, debemos sí o sí tocar nuestro propio timbre psíquico.


sábado, 8 de enero de 2011

Snow day / Día de nieve

(...) ¿Cuándo llegarás a mis huesos? / ¿Dónde puedo encontrar esa piedra de los deseos / las cuentas, los registros / todas las llamadas y los tragos?
Es una sensación de hundimiento, / que me tira a través del asiento de las sillas / ¿Cuándo vendrás a rescatarme, / encontrarás consuelo y me llevarás allí?
Me dirás: "no estás demasiado cansada para esta vida, / y no importará si te caes dos veces".

Hay días en que todo nos parece muy difícil. Cada momento que atravesamos, sentimos un mayor sentimiento de pesadumbrez y nos resulta más traumático y hasta inalcanzable salir de esa falta de fuerzas internas en las que sentimos que nos estamos hundiendo con cada movimiento, como si estuviéramos deslizándonos en arenas movedizas.
Y por más que "las cuentas, los registros, las evidencias" estén ante nuestros ojos, no podemos verlas. Entonces pretendemos que los otros lleguen "a nuestros huesos" adivinando lo que nos está pasando. Con cada cara de molestia, con malos tratos hacia el resto, nos pensamos que el derredor entenderá nuestro malestar y así nos proveerá de una solución porque, de cierta forma, estamos esperando con ansias, piedad de su parte.
Sin embargo, no nos damos cuenta de que la mayoría de las veces, ese otro también está inmerso en su propio malestar y que, por otro lado, cuando llegamos a un estadio de tal hundimiento psíquico, es porque nuestros niveles de autoexigencia son altísimos. No podemos detenernos un minuto para respirar el aire que nos rodea porque estamos demasiado ocupados con satisfacer las propias necesidades de autoaprobación que proyectamos en los demás. Y empezamos a culpar a tal o cual persona porque nos "hace la vida imposible". Y, la realidad es que somos nosotros quienes hacemos de nuestras existencias, un hundimiento, si es que así lo deseamos.
Afortunadamente, siempre contamos con quienes nos recuerdan que debemos ser fuertes y que ante las caídas múltiples, desarrollamos un sentido de fortaleza interna que contribuye a nuestra experiencia personal. Nunca estamos demasiado cansados para continuar viviendo y mucho menos, estamos agobiados y bapuleados por la vida como para que, ante una nueva equivocación seamos tan tontos como para abandonar la lucha que construimos hasta el momento.
Lo importante al instante de tropezar con una piedra no es quedarse penando por haber caído, sino levantarse, para lo cual debemos recordar que nunca es DEMASIADO tarde ni cansador seguir peleándola y que nos caeremos 1, 2, 3 o tantas veces como necesitemos hasta que logremos entender cómo se hacen las cosas en realidad.