martes, 5 de abril de 2011

Immortality / Inmortalidad

"Entonces esto es lo que soy, y es todo lo que sé / debo elegir vivir, por todo lo que puedo dar / esa es la chispa que hace crecer el poder / (...) / Cumple con tu destino, que está a tu lado como un niño (...)"

Son incontables las oportunidades que la vida nos da para poder ser felices y si en una de esas chances, no aprendemos, seguiremos recibiendo otras para poder entender de qué se trata y llegar a la plenitud del bienestar. Lo cierto es que tendemos a no ser capaces de vislumbrar las chispas que hacen que crezca nuestro poder de respeto y amor hacia nosotros mismos y por esa causa, dejamos de lado lo que nos hace bien. Llega un punto en el abandono de las cosas concretas que nos llenan como personas, que se nos va de las manos completamente, el poder de decisión sobre lo que tenemos intención de hacer y lo que nos disgusta y socava nuestra autoestima. Es cuando nuestro paradigma de placer se vuelve confuso y caemos en una pérdida de conciencia de los objetivos que realmente estamos persiguiendo en nuestra existencia. De repente experimentamos sensaciones como el titubeo sobre cosas por las que hubiéramos hecho lo imposible por alcanzar, o comenzamos a temer equivocarnos, algo que hasta el momento siempre habíamos desconsiderado por el sencillo hecho de que nada nos amedrentaría ante un desafío de bienestar personal (nunca se nos hubiera cruzado por la mente la posibilidad de fracasar, no porque no pueda ser factible, sino porque el hecho de pensar que nos da felicidad luchar por ese fin, nos daba una completud inexplicable durante el proceso, sin tener que evidenciar los resultados necesariamente).
Atravesamos una paulatina pérdida de objetivos que movilizaban nuestra vida y vamos despersonalizándonos al momento en que nuestra esencia va desapareciendo. Para el instante en que nos damos cuenta de ello (algo que suele suceder muy poco y son los demás que verdaderamente nos quieren bien y por ende los enaltece a ellos mismos vernos brillar), ya hubimos dejado de reconocernos en el espejo, estamos pensando como otra persona y hasta dejamos de vernos parecidos a lo que siempre habíamos pensado que podríamos llegar a ser. No es que la vida o el paso del tiempo no nos "surtan" efecto y debamos ser eterna e inmortalmente idénticos a lo que fuimos de jóvenes, sino que se vuelve evidente la falta de brillo personal que dejaba nuestra persona antes de dejar la propia naturaleza de lado.
La razón primordial por la cual debemos cumplir con nuestras convicciones es sencillamente nuestra vida misma. Dejando de ser quienes sabemos que estamos llamados a ser, estamos regalando nuestra existencia y abandonándonos a nosotros mismos a una especie de azar condenable de infelicidad. Y no es algo que querramos para nosotros ni para los que amamos porque después de todo la inmortalidad no existe y por ende debemos aprovechar todos y cada uno de los minutos de nuestras vidas. Para sentir el orgullo de decir que es así como somos y es todo lo que sabemos: ni más ni menos para definirnos.