viernes, 13 de agosto de 2010

Demasiado tarde / Too late

A veces es muy difícil, si uno no está entrenado en el asunto, determinar límites a los otros. Sucede que no nos damos cuenta que debemos efectuarlo, que no sabemos cómo hacerlo, o simplemente justificamos desde una óptica auto-subordinadora, la actitud del otro.
En muchas ocasiones, pensamos que somos nosotros quienes cometemos el error que produce el avasallamiento del otro hacia nuestra persona. Y si bien eso puede suceder, también hay que considerar que las cosas pueden ser causa de una actitud (no necesariamente mal intencionada) fuera de lugar de parte del otro.
Como generalmente el hombre, por más poca autoestima que considere tener, algo de amor propio le queda como al menos un residuo (sino se encarga de desaparecer, porque no podría soportar el dolor psíquico), algo tiende a hacerle ruido en su cabecita y empieza a reaccionar. La mayoría de las veces, si se trata de un individuo no acostumbrado a poner límites, va a responder de una manera violenta hacia sí mismo: encontrando en su accionar (que causó la reacción del otro) el argumento perfecto que causó esa actitud subyugante hacia él. Se va a hacer cargo de lo que, en realidad, debería responsabilizarse el otro. Porque no llega a evidenciar la conducta equívoca en el otro, sólo por el hecho de que no está acostumbrado a diferenciar cuándo es su falta y cuándo la del otro.
Ahora bien. Una vez que un tercero pone de manifiesto que el error reside en la forma de haber actuado del otro, la persona experimenta una profunda sensación de ira impetuosa hacia el "reaccionador" porque se da cuenta de que invadió su privacidad. Aunque es importante, también, aclarar que la misma bronca siente hacia sí mismo, porque piensa que fue un "idiota" por no haberle puesto límites al otro en el momento justo.
Por esto, y para evitar toda situación incómoda con el otro, es imperioso que el individuo no se auto-rocíe con nafta y lleve consigo fósforos en pos de reventar y claramente hacer explotar al otro, al ir a confrontarlo. Hay que ser cauteloso, porque el ser "polvorita", puede causar tremendos problemas. Si uno por haber evidenciado las cosas se sube a un tanque de guerra y apunta y dispara a quien lo avasalló está cometiendo varios errores: primero: está crucificando la actitud del otro como si el otro tuviera TANTÍSIMA (a veces sí, pero no me voy a ocupar ahora de esos casos) noción de lo que hizo -quizás, el otro ni se haya dado cuenta, sino que reaccionó ante la justificación del otro de su forma de responder- y no consideramos que el otro es un ser humano y por esto se puede equivocar; segundo, quien actúa impulsivamente no llega a ningún lado más que a su propia (paulatina o inmediata) destrucción: al llenarse de cólera, se envenena cual serpiente que se confunde su cola con otro ser vivo y se la muerde, muriendo a causa de su propio veneno. La verdad es que uno le puede "tirar a matar" al otro, pero no se está responsabilizando de que fue él quien primero se "equivocó" al no poner un parate.

Así que retomando el hilo fundacional de este artículo, debería, quien se da cuenta que fue ultrajada su privacidad, no reaccionar a ese estímulo de odio que le brota en la primer instancia. Porque no le va a servir de nada. De hecho, sí le serviría para algo: empeorar las cosas y sentirse muchísimo peor que antes. Por el contrario, debe evitar por un tiempo (variable según cada quien) el contacto directo con el otro, al que, inicialmente, va a considerar agresor. Es obvio que si se topa con éste, sintiendo tal ira, le pega una trompada. Y nada se arregla sin la palabra expuesta de modo equilibrado (o sea, un insulto o una palabra hiriente, pueden doler tanto o más que un golpe, incluso para quien lo efectúa).
Como puede concluirse, entonces, el uso de la palabra, salva al ser humano de caer en un pozo sin fondo y evita que llegue a un estadio en el que sepa que ya es demasiado tarde para cambiar las cosas, por no haber reflexionado un minuto antes.

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